
Por lo tanto se debió conjurar y exorcizar a los viñedos. El pueblo quedó dividido en dos bandos: uno partidario de la acción por un fraile lego, aunque muy sabio en conjuros, y el otro, inclinaba su elección en un sacerdote de costumbres moderadas y mejor formación, imaginando, de este modo, que su intervención sería mucho más efectiva.