Desagradable es degustar un vino acético; resulta avinagrado, picado, agrio. También la calificación de agridulce habla de un vino de sabor defectuoso, por lo general fermentado a temperaturas demasiado altas.
Áspero es un vino rudo, difícil de beber, de gran astringencia. Apagado resulta un vino sin fuerza, de poco sabor.
A los vinos que resultan toscos y vulgares, se los califica como bastos. Los vinos sin sabor, sin cuerpo, raros en las regiones vinícolas tradicionales, se los denomina planos.
Pero volvamos a las bellas palabras que habitualmente usamos para narrar un vino. Por ejemplo, decir que un vino es tierno es hablar de un vino ligero, fresco, fácil de beber, que deleita a los sentidos.
Auténtico es el vino que exalta las virtudes de su tierra y de las uvas empleadas.
Los llamados vinos verdes, característicos de Portugal, son vinos jóvenes, de gran acidez. Suaves son aquellos que al tacto se perciben con mucha glicerina y resultan muy agradables al paladar. Los grasos también abundantes en glicerina son aquellos que en el paladar se perciben untuosos. Un tokaji es un ejemplo de este tipo de vinos.
Decir que un vino es distinguido o elegante es resaltar su delicadeza, suavidad. Se trata de vinos que producen mucho placer al beberlos. Se oponen a aquellos vinos fuertes, espirituosos, llamados vinosos.
Para terminar otro sustantivo del vino: un vino con savia es aquel que posee aroma y sabor pronunciados y una importante fuerza alcohólica. Son vinos jóvenes que así deben beberse.