En la antigua Georgia (región del Cáucaso), la producción de vinos se hacía lógicamente de manera manual y rústica. Las uvas tintas y blancas eran vinificadas de igual modo: el mosto permanecía en contacto con los hollejos y semillas en grandes tinajas enterradas en la tierra. Los vinos tenían una vista diferente, se elaboraban con cepas autóctonas y seguramente sabían distinto.
El marketing de la producción vitivinícola no descansa y a su ola de orgánicos y ecológicos incorpora a los vinos ancestrales. En este caso, con el lema de volver a los orígenes, toma aquella vieja producción, pero con toda la tecnología moderna y elabora vinos de color naranja, producto de mantener el contacto entre mosto y hollejos durante meses.
En algunas ocasiones este contacto permanece durante la crianza, según exigencias del bodeguero o consideraciones del enólogo; a diferencia de la producción de vinos rosados, que están en contacto con la piel de la uva unas 24 horas.
Un vino naranja argentino: Alma Negra de Ernesto Catena Vineyards, con una crianza de 9 meses y de cepa secreta. |
Los orange wines prometen la acidez típica de los blancos, un buen cuerpo y atractivo color que va del salmón al ocre.
Se los debe beber a una temperatura aproximada de 15°. No se recomienda beberlos muy fríos. |
Es importante señalar que estos vinos nada tienen que ver con el vino Naranja que se produce en España y goza de Denominación de Origen (DO). A este se lo aromatiza, durante la maceración,
con cáscara de naranja amarga y se lo somete a un mínimo de 2 años de crianza bajo el sistema de soleras.
Su gran variedad deja el maridaje librado a la singularidad de cada vino y al paladar de su degustador. |